He pasado bastante tiempo fuera, y a mi vuelta todo estaba diferente.
Lo primero que corrí a ver eran las gallinas. Ahí estaban, en su sitio,
deseando que les tirara algo de comer. El huerto, como es lógico, también
seguía donde lo dejé, pero entre una selva de hierbas que alcanzan más de medio
metro de altura. No se que pasó en mi ausencia, pero parece que ha pasado un
año.
Un grata sorpresa, como son estos tulipanes, embellecían el camino de
piedras que estoy haciendo. Por otra parte, las hortensias siguen en su
crecimiento, pero si llega a ser por ellas, pensaría que solo me fui dos días.
Algunas plantas han desaparecido, entre ellas el perejil y los guisantes
(aunque queda alguno como testigo de su existencia), casi seguro que
sucumbieron ante caracoles y babosas. Por otra parte, las patatas asomaban
preciosas, los ajos tiernos sanos y fuertes, al igual que puerros, lechugas y
cebollas. El problema con el que me he topado, hablando de puerros y ajos tiernos,
es no haberlos apocado. El apocarlos consiste en tapar ligeramente el tallo,
para que la planta blanquee, lo que convertirá en el caso de estos dos, la
parte verde en comestible. No he podido hacerlo en mes y pico, por lo que
comeré ajos tiernos y puerros con menos parte aprovechable.